El integrismo se identifica con la ortodoxia de la verdadera Tradición, por lo que el hecho de ser católico es prioritario y lo que le confiere identidad, por encima de cualquier militancia política o social. La religión católica es el factor decisivo y referencia a la hora de tomar decisiones en materia personal y político-social. No se puede, pues, transigir sobre los principios católicos, porque la Verdad está ligada a ellos. Su nombre (integrismo) le viene de su defensa a ultranza de la integridad de la verdad católica y su adhesión a ella sin reservas, así como de su absoluta intransigencia con el error. El nombre oficial fue el de Partido Católico Nacional y tenía como presidente a su fundador (1888), Ramón Nocedal, aunque luego se integraría nuevamente en la Comunión Tradicionalista. Sus militantes principales procedían del carlismo, y el órgano de difusión de sus doctrinas fue El Siglo Futuro. La actitud del partido fue siempre la de manifestarse como enemigo irreconciliable de la sociedad alumbrada por el liberalismo. Fue la suya toda una radical reacción contra el incipiente proceso de modernización que estaba teniendo lugar en España.
La doctrina del partido queda perfectamente recogida en el discurso que D. Ramón Nocedal tiene en Burgos (julio de 1889): «Antes que nada y sobre todo, somos católicos (...) y así nuestra primera acción sea humillarnos ante su Vicario en el mundo, a quien se debe sujetar y rendir toda humana criatura y decirle: "Habla, Señor, que tus hijos escuchan, ganosos de oír tu voz y obedecer tus mandatos, con ansia de vivir y morir confesando y defendiendo todas y cada una de tus enseñanzas" (...). Más nosotros, católicos españoles, de verdad queremos que la historia de España se reanude y continúe allí donde fue interrumpida por la asoladora invasión de extranjeras novedades que la desnaturalizan y pervierten (...). Sustentamos que es monstruoso, insoportable despotismo, que la autoridad temporal, llámese Parlamento, República o César, se constituya fuente de todo derecho, juez y maestro de doctrinas (...). Quisiéramos asimismo que España, desgraciada y abatida por el liberalismo, tuviera bríos y pujanza como en los buenos tiempos de su cristiana fe (...). Amamos y defendemos la libertad, y por eso aborrecemos los horrendos que, con nombre de libertad de conciencia, libertad de cultos, libertad de imprenta, abrieron las puertas de nuestra Patria a todas las herejías y a todos los absurdos extranjeros y extranjerizados que ya habían llenado de luto y vergüenza a otras naciones (...). Lo primero y principal es que España sea bien gobernada, según la norma establecida en nuestras antiguas leyes y enseñada recientemente por León XIII en sus admirables encíclicas. Y así, dedicaremos todas nuestras fuerzas a preparar el advenimiento del Estado cristiano (...). Pongámonos a defender la soberanía social de Jesucristo». En 1901, con ocasión de los debates en el Parlamento sobre las congregaciones religiosas, Ramón Nocedal invita «a pelear con los partidos liberales, a quienes no yo –dice–, sino León XIII, llama imitadores de Lucifer».
La doctrina del partido queda perfectamente recogida en el discurso que D. Ramón Nocedal tiene en Burgos (julio de 1889): «Antes que nada y sobre todo, somos católicos (...) y así nuestra primera acción sea humillarnos ante su Vicario en el mundo, a quien se debe sujetar y rendir toda humana criatura y decirle: "Habla, Señor, que tus hijos escuchan, ganosos de oír tu voz y obedecer tus mandatos, con ansia de vivir y morir confesando y defendiendo todas y cada una de tus enseñanzas" (...). Más nosotros, católicos españoles, de verdad queremos que la historia de España se reanude y continúe allí donde fue interrumpida por la asoladora invasión de extranjeras novedades que la desnaturalizan y pervierten (...). Sustentamos que es monstruoso, insoportable despotismo, que la autoridad temporal, llámese Parlamento, República o César, se constituya fuente de todo derecho, juez y maestro de doctrinas (...). Quisiéramos asimismo que España, desgraciada y abatida por el liberalismo, tuviera bríos y pujanza como en los buenos tiempos de su cristiana fe (...). Amamos y defendemos la libertad, y por eso aborrecemos los horrendos que, con nombre de libertad de conciencia, libertad de cultos, libertad de imprenta, abrieron las puertas de nuestra Patria a todas las herejías y a todos los absurdos extranjeros y extranjerizados que ya habían llenado de luto y vergüenza a otras naciones (...). Lo primero y principal es que España sea bien gobernada, según la norma establecida en nuestras antiguas leyes y enseñada recientemente por León XIII en sus admirables encíclicas. Y así, dedicaremos todas nuestras fuerzas a preparar el advenimiento del Estado cristiano (...). Pongámonos a defender la soberanía social de Jesucristo». En 1901, con ocasión de los debates en el Parlamento sobre las congregaciones religiosas, Ramón Nocedal invita «a pelear con los partidos liberales, a quienes no yo –dice–, sino León XIII, llama imitadores de Lucifer».
Más adelante, en 1906, con el abrazo de Tafalla de Nocedal y Vázquez de Mella, se produce un importante acercamiento de los integristas a la Comunión Tradicionalista, aunque la unidad plena no se consolidaría hasta el retorno sin condiciones del Partido Integrista a la Comunión 1932; pues la muerte de Nocedal (en 1909) y el cisma mellista posterior (1919) dilataron una unidad que, no obstante, ya era un hecho en muchos pueblos y ciudades de España.