Pero, en la verdadera monarquía, casi todos los ataques que se dirigen están fundados principalmente sobre un gran sofisma: el sofisma es no ver aquello que apuntaba ya Julio Feriol en un libro desgraciadamente incompleto y en el prólogo, que dedicó a Felipe II: Los reyes no son una persona sola, son dos. En los Monarcas hay dos personalidades, y, cuando se les ataca, se suele no ver más que una sola, la que vale menos, la persona física. Un Monarca, es una persona física y una persona moral e histórica. La persona física puede valer muy poco, puede ser inferior a la mayoría de sus súbditos, pero la moral y la histórica valen mucho; ésa es de tal naturaleza, que suple lo que a la otra la falta, y lo suple muchas veces con exceso.
Separad en un Rey esas dos personalidades; que las separe él mismo, y la revolución no necesitará asaltar el Alcázar; ya él le habrá tomado la delantera; encontrará allí a un revolucionario coronado. Pero ponédle enfrente de un hombre superior a la persona física del Rey, como muchas veces se han encontrado frente a frente en la Historia. Suponed un Rey de escasa capacidad, de menos cultura, de carácter no acentuado, que tiene muchos súbditos que le son superiores por completo en entendimiento, en voluntad, en carácter.
¿Queréis más? Poned frente a él a un hombre que reúna en grado superior ese entendimiento, esa voluntad, ese carácter; hacédlos que choquen, para ver quien vence. ¿Que le faltará? ¿Ambición? Suponed que la tiene, ¿Riquezas? Suponed que tenga más que el Monarca. ¿Una espada? Que tenga detrás un ejército y una sociedad electrizada. Decidle que se ponga en movimiento y derribe una Monarquía; si lo hace; el Monarca cae, y él ocupa su puesto. Pues bien; ese dictador... ¿Que es un dictador? Yo lo he dicho alguna vez, un dictador es un Rey sin corona; pero que la anda buscando.
Pues bien, señores, decidle a ese dictador que se ponga la corona. Si es un genio, no se la ciñe. ¿Por qué, si él era superior en entendimiento, en voluntad, en fuerza; si ha derribado la Monarquía? Es que no ha visto más que la persona física del Rey, y ahora echa de menos la personal e histórica; es que no tiene una genealogía; es que no tiene una estirpe, una tradición, una historia, es que entonces comprende que él ha sido súbdito y ha estado mezclado entre los súbitos y ha vivido con ellos en la misma clase; no puede ser aquel poder arbitro imparcial, colocado en un región más pura, donde no llegan los intereses de clases ni las pasiones de partido; es porque se subleva contra él el orgullo y la vanidad humana que no quieren ser mandados por un igual suyo y que, para reclamar la igualdad de unos con otros, quieren que haya uno desigual sobre todos, y quieren obedecer a un hombre, obedecen a una tradición, obedecen a una serie de generaciones que han sido como arcos en un vasto acueducto por donde ha corrido el río del espíritu nacional, saliendo las aguas por el arco de una corona para caer sobre nosotros, no como un mandato que humilla, sino como una ley y una autoridad que ennoblece y exalta. Esa es la Monarquía, esa es la persona moral y histórica del Rey, que cubre y hace que desaparezcan las deficiencias de la persona física. Y nadie, nadie puede ejercer el poder personal supremo, como lo puede ejercer un Rey; y por eso yo pido que el Rey tenga iniciativas que deba tener y al mismo tiempo las ejerza por sí mismo; y que responda de ellas, y aquí está la dificultad y aquí está todo el fondo de la cuestión.
«En el suelo feraz del derecho cristiano brotó el árbol de la Monarquía representativa e histórica». |
La Monarquía tradicional -nacida al amparo de la Iglesia y arraigada en la historia-, es magistratura tan magnífica y se presenta de tal manera rodeada de majestad y grandeza a la mente del filósofo y al corazón del poeta, que ninguna que se llame monárquico, aunque sea de las monarquías falsificadas que ahora se estilan, si posee alguna ilustración y entendimiento, puede dejar de rendirse ante ella y cantar sus glorias y ponderar sus maravillas, si, forzado por las circunstancias, tiene que luchar contra los secuaces de la forma republicana.
Porque defender el parlamentarismo monárquico contra el parlamentarismo republicano sin apelar para nada a la Monarquía representativa tradicional es tarea imposible, como lo demuestran evidentemente los doctores constitucionales cuando, por medio de un vulgar sofisma, procuran hacer de la Monarquía histórica y la revolucionaria una misma institución, con el propósito de atribuir a la segunda las glorias y prestigios de la primera. Pueden conseguir así efectos de momento entre la indocta masa liberal; pero la verdad no tarda en abrirse paso a través de las argucias y sutilezas, y concluye por ser objeto de mofa o desprecio el sofisma si lleva su temeridad hasta el punto de confundir en uno, según lo exigen y lo piden las necesidades de la polémica, el principio y ser de la Monarquía cristiana y de la parlamentaria liberal. Un abismo las separa.
Porque, mientras una reconoce y expresa de la manera más adecuada todos los atributos de la soberanía, la otra los mutila y divide, dándoles sujetos diferentes y sustituyendo la unidad, que los reduce al orden, con equilibrios y combinaciones que la convierten en máquina artificiosa y complicada, incapaz de excitar efectos ni de engendrar convicciones.
En el suelo feraz del derecho cristiano brotó el árbol de la Monarquía representativa e histórica; y cuando se desarrolló fecundado por la savia popular, bajo sus ramas frondosas comenzó a levantarse la nación, que de él recibió el ser; y de tal manera se confundieron en una de sus vidas, que la robustez y lozanía de la institución monárquica coincidió siempre con la grandeza nacional, y la ventura y prosperidad de la Patria fueron siempre en España florecimiento de la Monarquía y acrecentamiento del amor a la realeza. Por eso la Monarquía española es sinónimo de Nación española. Y por modo tan maravilloso se identifican en un mismo ser social, que no se puede suprimir la Monarquía sin suprimir la historia nacional, y, por lo tanto, a la nación misma. Elemento esencial de la Patria son las tradiciones fundamentales; y siendo la Monarquía la primera tradición política, claramente se deduce que es parte esencial de la Patria, y que, por fuerza de la lógica, los que se levantan contra la primera tienen que aborrecer la segunda.
Juan Vázquez de Mella (discurso en el Congreso, 17 de junio de 1914).