París no vale una tricolor

Rescatamos para este cuaderno de bitácora un escrito sobre un tema que no debería ser polémico, si no fuera por la lamentable penetración de errores, concisiones y mezcolanzas contradictorias que se han producido en buena parte de legitimismo francés y grupos monárquicos en general. Y es que la aceptación de la bandera tricolor francesa (una bandera liberal, jacobina, masónica y manchada con la sangre de tantos mártires católicos) es algo que los carlistas no nos explicamos, máxime cuando ésta se pretende "cristianizar" portando un Sagrado Corazón. ¿Se imaginan ustedes que los carlistas empezásemos a utilizar la bandera de la II República con el Sagrado Corazón? Pues esto no es menos incoherente o ilógico que lo que hacen, por desgracia, muchos legitimistas franceses. Por ello, queremos los carlistas del Reino de Galicia animar a la contrarrevolución legitimista de Francia a que −amén de buscar una unidad para solventar la grave división que existe entre ellos− empiecen por enterrar de una vez la nefasta bandera tricolor, esté o no adornada con algún símbolo católico y que vuelvan a enarbolar el veradero estandarte del legitimismo de la cristianísima Francia: el de las flores de lis.

GRANDEZA LEGITIMISTA DEL CONDE DE CHAMBORD, ENRIQUE V DE FRANCIA


El famoso político republicano-radical francés, Georges Benjamin Clemenceau (1841-1929) -pasaría a la historia por su intransigencia en la Conferencia de Versalles- llegó a decir, a la muerte del Conde de Chambord:

-Si los partidos revolucionarios fuesen capaces de apreciar la honra y la dignidad de sus adversarios, ahora mismo deberían traer a Saint Denis el cadáver del Conde de Chambord, envolverlo en el estandarte flordelisado y poner sobre la losa sepulcral esta inscripción: "Aquí yace el último Rey de Francia".

Sin que desdeñemos la lauda pública que Clemenceau hizo a un adversario en la defunción de éste (año 1883), digamos que se nota en sus palabras que lo que le acuciaba a Clemenceau era poner cuanto antes la losa, con la inscripción "Aquí yace el último Rey de Francia", pues para Clemenceau -político republicano-radical: lo que significa que bajo obediencia masónica- le urgía cerrar toda posibilidad a una restauración monárquica en Francia.

Enrique de Artois, Conde Chambord, Legítimo Rey de Francia en el exilio, había demostrado ante toda Francia y ante todo el mundo, ser un hombre de condición integérrima. 

En el verano de 1873 todo estaba dispuesto para recibirlo en París, después de décadas de exilio. Se le había invitado a regresar a Francia, para ser coronado Rey. Se habían traído los mejores caballos de Viena para que, en loor de multitudes, el Rey entrara a caballo en París. Se habían prevenido las carrozas, decorándolas con las tres flores de lis. Todo estaba preparado, pero el Conde de Chambord no podía transigir con un asunto. A cuantos no tienen sensibilidad tal vez pueda parecerle un asunto insignificante, pero quien tiene sensibilidad histórica y sabe del honor esa cuestión no puede ser baladí. 

El asunto en cuestión era la bandera de Francia.

La mayoría monárquica del parlamento había pedido el retorno del Conde de Chambord, para reinar como Enrique V; pero la bandera de Francia seguiría siendo la tricolor. Así las cosas, el Conde de Chambord se cerró en banda: si la bandera de Francia no volvía a ser la legítima bandera monárquica, ensangrentada por la revolución, él no reinaría sobre los franceses.

Toda Francia quedó perpleja. Enrique Conde de Chambord renunciaba al trono si no se anulaba la bandera tricolor -la criminal enseña impuesta por la revolución masonizante. Y así fue; Enrique no regresó.

-Se ha querido hacer de mí el Rey legítimo de la Revolución; y esto era imposible.

Dijo Enrique V a sus allegados. 

Muchos de sus partidarios no lo comprendieron. Los republicanos franceses no daban crédito a tal acto de integridad, de insobornable e intransigente actitud, algo tan poco acostumbrado en sus filas, repletas de corruptos arribistas, peones de las logias. Sin embargo, el acto de Enrique V de Francia -Conde de Chambord- es la prueba más fehaciente del más noble de los desintereses materialistas, la prueba más flagrante de la grandeza de la Monarquía Tradicional, frente a toda miserable componenda de plebeyos. 

"Paris vaut bien une messe" ("París bien vale una Misa") -es una proverbial frase que se le atribuye a Enrique IV de Francia (1553-1610). Esta frase ha pasado a la historia como un cínico reconocimiento de que el poder es un medio más precioso que cualquier principio religioso o moral. Podría ser el lema del realismo político que pone todo medio al servicio de sus fines terrenales. 

Frente a ese cinismo de Enrique IV -que los detractores de la monarquía no dejan de recordar- tenemos la grandeza de Enrique V de Francia. Enrique V de Francia pensó que una bandera legítima vale más que todas las coronas cubiertas de cieno revolucionario: allí la monarquía moderna -absolutista o parlamentaria- y aquí -con el Conde de Chambord- la Monarquía Tradicional, consciente de sus deberes, de sus obligaciones, capaz de la más heroica renuncia. Casi todo el mundo ha oído hablar del "París bien vale una Misa"; pero muy pocos saben la renuncia que honra al Conde de Chambord.

La lección de Enrique V pudo cifrarse en una frase:

París no vale un trapo tricolor.

El mundo está muy necesitado de lecciones morales como la que impartió el Conde de Chambord.

Fuente: Libros de horas y horas de libros.