Ante el conflicto de Ucrania, algunos medios y personajes más o menos tradicionalistas no han tardado en mostrar su apoyo al bando proucraniano, justificándolo en una suerte de defensa histórica de la causa católica frente al expansionismo cismático paneslavista que la Iglesia sufrió en el pasado. Algunos de ellos matizan, eso sí, una postura independiente frente a los intereses atlantistas y, en definitiva, del Nuevo Orden Mundial.
Si por una parte es cierto que debemos evitar caer en una excesiva filia hacia una Rusia que, pese a idealismos, exageraciones y falsas concepciones desiderativas, se encuentra muy lejos de restaurar la vieja monarquía zarista —y todavía más lejos de una conversión a la Fe católica—, no debemos obviar que en este conflicto los tradicionalistas en general y los católicos en particular, no pueden en absoluto apoyar el bando que conforma el Eje del mal anglosionista. La actual Ucrania, Estado artificial con apenas un siglo de historia, si bien tiene una población católica algo más numerosa que la rusa, no deja de ser un Estado de mayoría cismática y de no poco reseñable presencia judaica, siendo su propio presidente, Zelenski, judío. Tampoco podemos pasar por alto que, lejos de ser «el granero de Europa» como dicen los biempensantes euroatlantistas, Ucrania es, más bien, el pozo negro de Europa, si atendemos a sus redes de prostitución, vientres de alquiler, mercado de órganos y organizaciones políticas progresistas radicales como es el caso de FEMEN.
En este contexto, no cabe sino hacer nuestras las palabras de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón, publicadas en la revista francesa Monde & Vie en el año 2014: «Es evidente que el mundo anglosajón, Inglaterra o Estados Unidos, no puede aceptar de ninguna manera que el mundo tal como lo conciben no obedezca a sus normas, a sus reglas. Y Rusia es el único país que actualmente puede permitirse esta excepción, esta reacción».
Además, resulta oportuno también resaltar lo que la agencia FARO había señalado también en el año 2014, haciéndose eco de un artículo publicado en la página web del Centro Studi Giuseppe Federici con motivo de la manipulación mediática que ya entonces se estaba realizando con respecto al supuesto conflicto entre Ucrania y Rusia:
Ya en el siglo XIX el liberalismo, que perseguía por todas partes a la Iglesia Católica, fingía apoyar a los católicos cuando éstos eran oprimidos por regímenes no liberales (así por ejemplo, en el conflicto entre Bélgica y los Países Bajos, o entre Polonia y Rusia). Aun sin entregarse a naciones gobernadas por herejes o cismáticos, los católicos deberían haberse abstenido de sostener la causa de la Revolución liberal.
Mutatis mutandis, los católicos, sin tomar partido por el paneslavismo «ortodoxo» (pero sin olvidar algunas iniciativas muy apreciables de Vladimir Putin, tanto en política interior como en política exterior), no pueden apoyar revoluciones impulsadas por los Estados Unidos y por Israel, y por las finanzas internacionales en el nombre, siempre mal utilizado, de la libertad.
Precisamente esto también está sucediendo en nuestros días, pues los gobiernos de Polonia y Hungría son referentes de algunos que hoy se dicen tradicionalistas, siendo en puridad de tinte liberal-conservador (el primero, a lo sumo demócratacristiano y modernista) y totalmente entregados a la OTAN y sus intereses.
Con todo, la posición más prudente y lógica en este contexto es la neutralidad; teniendo en cuenta que, siendo la Rusia de Putin una incógnita, no tenemos la menor duda de que los enemigos de la Cristiandad y de España parecen muy interesados en aislarla y torpedear sus justas reivindicaciones.